La dinastía deriva del matrimonio de los hijos de Arnulfo de Metz y Pipino el Viejo, ambos descritos por Fredegario como los señores más importantes de Austrasia. La familia consolidó su poder desde el segundo tercio del siglo VII consiguiendo que el oficio de mayordomo de palacio fuese hereditario, y convirtiéndose así en los verdaderos gobernantes de los francos; mientras que los reyes merovingios quedaban reducidos a un papel nominal, es por ello que se les denomina Reyes holgazanes.
Carlomagno
Pipino repartió el reino a su muerte en 768, entre sus hijos Carlos y Carlomán. De todas formas, Carlomán se retiró a un monasterio y murió poco tiempo después, dejando a su hermano como único rey. Éste pasaría más tarde a ser conocido como Carlomagno, en francés Charlemagne y en alemán Karl der Große. Era un personaje poderoso, inteligente y relativamente culto, que se convertiría en una leyenda para la historia posterior tanto de Francia como de Alemania. Carlomagno restableció un equilibrio de poder entre el emperador y el papa.
A partir del año 772, Carlomagno emprendió una larga guerra en la que conquistó y derrotó a los sajones para incorporar sus territorios al Imperio Franco. Esta campaña se sumó a la práctica de líderes cristianos no romanos que provocaban la conversión de sus vecinos por la fuerza.
Carolingios posteriores
Carlomagno tuvo varios hijos, pero sólo uno le sobrevivió. Fue Luis el Piadoso, quien sucedió a su padre al frente del imperio unificado. Pero el hecho de que heredase el puesto fue más un asunto de azar que intencionado. Tras tres guerras civiles, Luis murió en 840, y sus tres hijos supervivientes decidieron repartirse el territorio en el tratado de Verdún, en 843.
El legado carolingio
A pesar de ser algo accidental desde el punto de vista histórico, la unificación de la mayor parte de lo que hoy conocemos como Europa central bajo el mando de un sólo líder sirvió de sustrato para la continuación de lo que se conoce como Renacimiento carolingio. A pesar de las guerras internas casi constantes que tuvo que soportar el Imperio Carolingio, la extensión del gobierno franco y la cristiandad romana en un territorio tan vasto aseguró una unidad fundamental durante el imperio. Cada parte del Imperio Carolingio se desarrolló de manera distinta; el gobierno y la cultura de los francos dependían en gran medida de cada uno de los líderes y de sus objetivos. Objetivos que cambiaban tan fácilmente como las alianzas políticas entre las distintas familias francas. De todos modos, esas familias, incluidos los carolingios, compartían todas las mismas creencias básicas e ideas de gobierno. Ideas y creencias que tenían sus raíces en un pasado proveniente tanto de la tradición germánica como romana. Una tradición que se remonta a mucho antes del ascenso de los carolingios y que se prolongó en cierta medida incluso después de las muertes de Luis el Pío y sus hijos.
jueves, 27 de agosto de 2009
El Imperio Bizantino
Es el término historiográfico utilizado desde el siglo XVIII para referirse al Imperio Romano de Oriente en la Edad Media. La capital de este Imperio cristiano se encontraba en Constantinopla de cuyo nombre antiguo, Bizancio, fue creado el término Imperio Bizantino por la erudición ilustrada.
Imperio Bizantino es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su Imperio el Imperio Romano. El nombre en griego original era Romania o Basileía Romaíon, traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum. Era denominado "Imperio de los Griegos" por sus contemporáneos de Europa occidental. Sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su religión en los territorios conquistados por el Islam.
La expresión Imperio Bizantino fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 un siglo después de la caída de Constantinopla lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica
Origen
Para asegurar el control del Imperio Romano y hacer más eficiente su administración, el Emperador Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el régimen de gobierno conocido como tetrarquía, consistente en la división del Imperio en dos partes, gobernadas por dos emperadores augustos, cada uno de los cuales llevaba asociado un vice-emperador y futuro heredero césar. Tras la abdicación de Diocleciano el sistema perdió su vigencia y se abrió un período de guerras civiles que no concluyó hasta el año 324, cuando Constantino I el Grande unificó ambas partes del Imperio.
El declive del Imperio (1056-1261)
Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico, en la segunda mitad del siglo XI comenzó un período de crisis, marcado por su debilidad ante la aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de Europa occidental; y por la creciente feudalización del Imperio, acentuada al verse forzados los emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales a la aristocracia y a miembros de su propia familia.
Imperio Bizantino es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su Imperio el Imperio Romano. El nombre en griego original era Romania o Basileía Romaíon, traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum. Era denominado "Imperio de los Griegos" por sus contemporáneos de Europa occidental. Sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su religión en los territorios conquistados por el Islam.
La expresión Imperio Bizantino fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 un siglo después de la caída de Constantinopla lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica
Origen
Para asegurar el control del Imperio Romano y hacer más eficiente su administración, el Emperador Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el régimen de gobierno conocido como tetrarquía, consistente en la división del Imperio en dos partes, gobernadas por dos emperadores augustos, cada uno de los cuales llevaba asociado un vice-emperador y futuro heredero césar. Tras la abdicación de Diocleciano el sistema perdió su vigencia y se abrió un período de guerras civiles que no concluyó hasta el año 324, cuando Constantino I el Grande unificó ambas partes del Imperio.
El declive del Imperio (1056-1261)
Tras el período de esplendor que supuso el Renacimiento Macedónico, en la segunda mitad del siglo XI comenzó un período de crisis, marcado por su debilidad ante la aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de Europa occidental; y por la creciente feudalización del Imperio, acentuada al verse forzados los emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales a la aristocracia y a miembros de su propia familia.
El Imperio Romano Germanico
El Sacro Imperio Romano fue la unión política de un conglomerado de estados de Europa Central, que se mantuvo desde la Edad Media hasta inicios de la Edad Contemporánea.
Formado en 962, tiene sus orígenes en la parte oriental de las tres en que se dividiera el imperio carolingio. Desde entonces, el Sacro Imperio se mantuvo como la entidad predominante en Europa central durante casi un milenio y hasta su disolución en 1806 por Napoleón.
El término Sacro Imperio Romano comienza a ser usado a partir de 1254.
Nunca tuvo vocación de convertirse en Estado nación, a pesar del carácter germánico de la mayor parte de sus gobernantes y habitantes. Desde sus inicios, el Sacro Imperio estuvo constituido por diversos pueblos, y una parte sustancial de su nobleza y cargos electos procedía de fuera de la comunidad germano-hablante. En su apogeo, el Imperio englobaba la mayor parte de las actuales Alemania, Austria, Suiza, Liechtenstein, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, República Checa y Eslovenia, así como el este de Francia, norte de Italia y oeste de Polonia.
Desde la Alta Edad Media, el Sacro Imperio se caracterizó por una peculiar coexistencia entre emperador y poderes locales. A diferencia de los gobernantes de la Francia Occidentalis, que más tarde se convertiría en Francia, el emperador nunca obtuvo el control directo sobre los Estados que oficialmente regentaba. De hecho, desde sus inicios se vio obligado a ceder más y más poderes a los duques y sus territorios.
Reforma imperial

Mapa del Imperio con la división en círcunscripciones de 1512
La construcción del Imperio estaba todavía lejos de su fin a principios del siglo XV, aunque varias de sus instituciones y procedimientos habían sido establecidos por la Bula de oro de 1356. Las reglas sobre cómo el rey, los electores y los otros duques debían cooperar en el Imperio, dependían de la personalidad de cada rey.
El legado de Roma fue inmenso, tanto es así que varios fueron los intentos de restauración del imperio, al menos en su denominación. Destaca el intento de Justiniano I, por medio de sus generales Narsés y Belisario, el de Carlomagno así como el del propio Sacro Imperio Romano Germánico, pero ninguno llegó jamás a reunificar todos los territorios del Mediterráneo como una vez lograra la Roma de tiempos clásicos.
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